Amor de azúcar - Capítulo 1, 2 y 3

 CAPÍTULO 1

El ruido metálico de las llaves de su casa sonaba apaciguado dentro de su morral. Atravesó el pequeño pasillo hasta llegar a la puerta principal y darse un último vistazo en el espejo redondo que colgaba a un costado.

—¡Mamá! —gritó desde la puerta principal— ¡Ya me voy!

Cerró la pesada puerta a sus espaldas y se apresuró a cruzar la calle para tomar el bus que ya empezaba a disminuir la velocidad calle abajo. Se detuvo a un lado de la marquesina y esperó unos pocos segundos.

Lucía tenía 24 años, tenía el cabello de color dorado oscuro, por debajo de los hombros, pero le gustaba llevarlo en una cola de caballo los días calurosos. Vivía con su mamá en una casa en las afueras de la ciudad, en una pequeña urbanización cuya construcción había estado a cargo de su papá.

Su hogar era lo único que les quedaba, luego de la estafa millonaria que su papá había sufrido en un conflicto con la empresa a la que le trabajaba, cuyo nombre se desconocía porque había sido un proyecto confidencial. El estrés y la preocupación le causaron un infarto a sus cortos cincuenta años, dejándolas solas. Aunque se tenían la una a la otra, a veces era complicado el simple hecho de vivir.

En ese entonces, Lucía tuvo que abandonar la universidad de arte y empezar a trabajar en cualquier cosa que encontrara. Su mamá era una maestra jubilada y, de vez en cuando, se dedicaba a dictar tareas dirigidas a los niños de su vecindario.

Esa mañana, había despertado bastante animada. Inés, su mejor amiga le había conseguido una entrevista de trabajo en un restaurante en el centro de la ciudad, así que iba dispuesta a conseguirlo.

—Está casi seguro, el dueño del restaurante es primo de Anthony —Dijo su mejor amiga a través del teléfono. Anthony era el novio de Inés, un muchacho delgaducho pero muy apuesto que había conocido durante su último año en la universidad, graduado en ciencias políticas.

—Está bien, está bien, ya casi estoy llegando al sitio —respondió Lucía— ¿saben que voy? —preguntó.

—Obvio, niña —recalcó haciendo una mueca que su amiga no observó pero que se imaginó—, le dije que apenas viera a una rubia hermosísima entrar por la puerta, le hablara.

Lucía rió y puso los ojos en blanco.

—Ya, bueno, tengo que bajar, te llamo al salir —dijo cortando la llamada y levantándose de su asiento.

No había querido ir tan formal, porque el clima estaba bastante caliente. Llevaba una camisa gris de mangas cortas, medio holgada, unos jeans ajustados y zapatos deportivos oscuros, y aun con esa vestimenta se sentía sofocada.

—Siento que me estoy cocinando —murmuró en voz baja al detenerse en la calzada y buscar la dirección nuevamente en su teléfono —, muy bien, esta es la calle y este debe ser el local —dijo para sí misma mirando la entrada del restaurante donde estaba colgado un enorme letrero que decía: «Viva México».

Durante ese año muchos locales mexicanos habían sido inaugurados en Venezuela, porque simplemente la comida era deliciosa y fue todo un éxito luego de la caída en popularidad del sushi.

Nada más cruzar el umbral, una brisa caliente le golpeó el rostro. Justo en el ventanal de la entrada estaba una hoja de papel pegada con cinta marrón que rezaba: “No funciona el aire acondicionado, disculpe las molestias ocasionadas”.

«Voy a morir aquí» pensó.

El lugar era bastante colorido, las mesas y sillas parecían formar un tumulto en el centro, dejando ver el suelo de cerámica color beige. En lo alto y al fondo del lugar se lograba ver la enorme bandera mexicana, sombreros de charros colgados en las columnas y banderines de colores.

—Tú debes ser Lucía De Santis —Un hombre corpulento se acercó a ella con gesto amable y le estrechó la mano.

Ella le sonrió y le respondió el saludo de manos de inmediato.

El sudor le transparentaba la camisa al hombre, que era de color blanco, y tenía el rostro y cuello enrojecidos.

—Hace un poco de calor —dijo Lucía al sentir que le faltaba el aliento.

—El aire acondicionado se dañó hace dos días, estamos esperando al técnico —respondió el hombre haciéndole una seña para que la siguiera—. Por eso no hemos podido abrir al público estos días —dijo fastidiado sentándose en un escritorio alto con láminas de fórmica que empezaban a despegarse.

—No me he presentado, lo siento —dijo apenado—, mi nombre es Jeffrey, soy uno de los socios del restaurante, Anthony me habló muy bien de ti —continuó sacando varios papeles de una de las gavetas—. Tengo entendido que has trabajado en Atención al cliente antes.

—Sí —respondió moviéndose un poco en la silla en la que acaba de sentarse—, he trabajado en varios restaurantes antes, como mesera, cajera y supervisora.

—Impresionante —sonrió con dificultad y frunciendo el ceño de repente.

Lucía lo miró con preocupación— ¿Se siente bien?

El rostro de Jeffrey brillaba a causa del sudor y, posiblemente debido a su robustez, se le empezaba a dificultar poder respirar. El hombre se puso de pie estirándose el cuello de la camisa con los ojos brillantes y, sin esperarlo, se desplomó frente a la chica.

 

La policía no tardó en llegar. En menos de veinte minutos, el restaurante estaba lleno de guardias uniformados y paramédicos. Jeffrey había sufrido un paro cardíaco.

—Que mala suerte —Inés estaba recostada junto a Lucía sobre el capó de la patrulla.

Ambas estaban de brazos cruzados y miraban a la nada.

—No seas indolente —la regañó—, el papá del primo de tu novio acaba de morirse.

Inés levantó ambos hombros.

—Tampoco lo conocía tanto y a Anthony no le caía muy bien, tenía un humor raro —dijo despreocupada.

—Pobre hombre —se lamentó Lucía.

—Supongo que no están pensando en contratar a alguien ahora —dijo entre risas— ¿Nos vamos?

—¿Podrías tener un poco de respeto? —Lucía empezaba a impacientarse.

—Vamos —dijo dándole un codazo suave—, no te lamentes tanto, estuviste con él unos quince minutos, aparte mira lo gordo que estaba, tanto no iba a vivir.

—La verdad es que sí estaba un poco gordo —dijo con una mueca.

—¿Un poco? —dijo sorprendida— Sus arterias pedían auxilio.

Lucía no pudo evitar reírse y, totalmente apenada, se cubrió la boca asegurándose de que nadie la viera.

—Ya basta, vámonos de aquí —dijo agarrando a Inés del brazo y dejando la escena atrás.

Inés era mayor por un par de meses, tenía el cabello largo y oscuro hasta las caderas, pero le gustaba llevarlo en un moño alto a causa del calor. Se despidió de Anthony diciéndole que iba a acompañar a Lucía a su casa porque se sentía conmocionada con lo que acababa de pasar. Lucía tuvo que fingir estar muy afectada cuando el muchacho se acercó a ella para abrazarla.

—Mi tía acaba de avisarme que el funeral será mañana por la mañana —les dijo Anthony a ambas—, espero que puedan asistir.

Lucía e Inés asintieron con tristeza y luego se fueron.

—Lo que menos imaginé al salir de mi casa hoy, era que iba a terminar invitada a un funeral —dijo mientras Inés revisaba su celular—, odio los funerales.

—Tú puedes zafarte, yo tengo que ir —respondió Inés fastidiada—, pero como eres mi mejor amiga, vas a acompañarme —dijo tomándola del brazo y ofreciéndole una ancha sonrisa.

Lucía puso los ojos en blanco.

—Tengo que conseguir un trabajo, en lo que sea —dijo desesperada—, el semestre inicia en tres semanas y no quiero perder otros seis meses.

—Ya aparecerá algo —dijo Inés mirándola con tristeza—, quisiera poder ayudarte.

Inés también había estudiado en la Universidad de Arte, se había graduado el año anterior y ahora trabajaba como tutora de trabajos de grado en la misma facultad.

—Es demasiado costoso —suspiró—, tengo algo ahorrado pero si no logro conseguir un trabajo pronto, no podré inscribirme este año.

Las chicas habían caminado varias cuadras mientras conversaban hasta que se despidieron en una esquina y cada una tomó una ruta diferente. Ella no quiso tomar un bus, a pesar de que estaba uno detenido subiendo a varios pasajeros. Se sentía desolada y decidió caminar calle arriba hasta la siguiente estación. El sol ya había bajado la intensidad y la brisa empezaba a ser un poco más fresca.

Miraba cada vitrina de cada local, buscando algún sitio donde solicitaran empleados. Al llegar a la estación, se detuvo y dio vuelta hacia el puente que atravesaba el río. Era un puente angosto, de estilo antiguo, donde cada dos metros se alzaba una farola de color blanco tostado.

Iba caminando con la mirada fija al suelo cuando un destello rojo llamó su atención. A sus pies estaba un panfleto colorido donde se leía en letras grandes lo que ella estaba buscando: una oferta de trabajo.

Un cabaré, de nombre Gato Negro, buscaba bailarinas, humoristas y meseras. Ella sabía bailar, pero no el tipo de baile que suponía ellos buscaban; era graciosa, pero no tanto como para hacer un show de stand up; en lo que sí tenía experiencia era en la última solicitud. El panfleto exigía, para las mujeres, buena presencia. Lucía bajó la mirada hacia su cuerpo y pensó: «Algo puedo hacer». Guardó el panfleto en el bolsillo de su pantalón y caminó con rapidez de vuelta a la parada para tomar el bus y llegar pronto a su casa.


 

CAPÍTULO 2

El funeral había sido un desastre. Diez personas habían tenido que cargar el ataúd de Jeffrey y, no conforme con eso, se descubrió que el difunto no tenía ni una ni dos, sino tres amantes. La parcela del cementerio donde estaban todos se había convertido en una batalla campal y, tanto Lucía como Inés, no habían podido evitar las carcajadas.

—¿Qué crees que pensaría Jeffrey si se enterara que esta semana me he reído como nunca gracias a él? —preguntó Lucía mientras se secaba las lágrimas del rostro, que de tristeza no eran.

La chica estaba apoyada del muro que dividía las parcelas en el enorme jardín del cementerio.

—Supongo que estaría agradecido, al parecer le gustaba hacer feliz a las mujeres —respondió Inés entre risas— ¿Quieres ir a tomarte un café? —preguntó mirando a su amiga y acomodándole un mechón rubio detrás de su oreja.

—Vamos, quiero contarte algo —respondió animada.

Anthony volvió a acercarse a ellas. El delgaducho muchacho se veía más imponente debido al saco que vestía. Traía el cabello oscuro desordenado por el viento y caminaba entristecido.

—¿Ya se van? —preguntó.

Lucía asintió y esperó que su amiga se despidiera de él. Al cabo de unos minutos se encaminaron hacia una cafetería de estilo vintage que habían visto antes.

—Anthony cree que no te cae bien —dijo pasado unos minutos.

—Es tu culpa —respondió Lucía mientras aguantaba la puerta de vidrio para que su amiga pasara.

Inés la miró con sorpresa.

—Nunca hacemos nada juntos, siempre salimos tú y yo, o él y tú —elevó los hombros y la miró—, no he tenido tiempo de hablar con él.

—Deberíamos hacer algo juntos, sería genial si pudieras llevar a alguien también —dijo y Lucía la miró con seriedad.

—No voy a aceptar ninguna cita a ciegas —dijo adelantándose a lo que ya sabía que su amiga había hecho.

—Vaaaamos —enfatizó—, es un chico muy guapo, es amigo de Anthony, practica esgrima, de buena familia.

Lucía rió.

—No, no, no —negó entre risas—, tengo demasiadas cosas por las que preocuparme ahora, no tengo tiempo para salir con nadie.

Pidieron dos cafés a la chica que las había atendido y a la cual Lucía miró con interés.

—Pues esa es razón suficiente para que salgas con alguien, necesitas relajarte —insistió Inés—, a no ser que te gusten de otro tipo —dijo insinuando un ligero toque de homosexualidad en su amiga.

Lucía la miró con fastidio y suspiró.

—Está bien —dijo y su amiga la miró con emoción.

—Le escribiré a Anthony para que reserve el sábado.

Lucía, abatida, movía el café con una cucharilla.

—Listo —dijo alegre guardando su teléfono— ¿Qué es lo que quieres contarme?

Lucía no habló, solo sacó el panfleto de su bolsillo y se lo mostró. Inés lo miró con atención.

—Es un cabaré —dijo mirándola— ¿Quieres trabajar en un cabaré?

—No es el mejor lugar, pero pagan buen dinero.

—¿Sabes qué son los cabarés de esta ciudad realmente? —dijo mirándola con seriedad.

—Solo iré a ver qué es lo que buscan —aclaró tomando el panfleto de vuelta—, si hay algo que no me guste, no lo acepto y listo.

—Está bien —dijo iracunda—, no quiero que te veas en la necesidad absurda de conseguir dinero de cualquier forma.

Lucía la miró sorprendida.

—Nunca haría algo así —dijo con cierto enojo en su voz.

El ambiente se tensó y Lucía se tomó su café en dos sorbos.

—Hay quienes no tienen la vida tan sencilla, Inés —dijo levantándose de su silla—. Y no puedo creer que asumas que puedo, si quiera, pensar en prostituirme para conseguir dinero.

Inés la miró sorprendida pero antes de poder emitir cualquier palabra, Lucía salió del lugar y se perdió de vista.

Quizás había exagerado, quizás no. Pero estaba realmente furiosa. Se detuvo en una calle vacía mientras secaba las lágrimas de su rostro, respiró hondo y llamó a un taxi.

Había decidido en ese instante ir a la entrevista en el cabaré, porque los había contactado el día anterior. Necesitaba, de una vez por todas, agotar las oportunidades, necesitaba un empleo.

 

El taxi olía a tabaco y menta, una extraña pero entendible combinación. No era desagradable, le apaciguaba el enojo que tenía por culpa de su amiga. La pantalla de su teléfono se iluminaba cada cinco minutos, era ella. Empezó a sentirse mal, pero por tercera vez, desvió la llamada entrante. Hablaría con ella luego.

Justo antes de llegar al sitio, vio de reojo el antiguo edificio De Santis. Apretó los puños sobre sus piernas para evitar mirar. La entrada estaba ocupada por varios vehículos de color oscuro. Estaban vendiéndolo.

Exhaló el aire contenido cuando el taxi se detuvo frente al dichoso cabaré. Era muy elegante e imponente. Pasado unos segundos se dio cuenta de que nunca había estado en ese lugar de la ciudad. El estilo burlesque de los locales contrastaba con los de cualquier otra zona; las luces, los colores, incluso las personas, sobre todo las mujeres. Era como entrar a una época distinta.

Lucía cruzó la entrada del local y rezó para que ese día no muriera nadie.

Un aroma dulce le golpeó el rostro. El cabaré era deslumbrante. Lo primero que notó fue el techo, estaba forrado en terciopelo negro, adornado por docenas de guirnaldas de luces blancas y amarillas. Las paredes hacían el contraste, estaban forradas de terciopelo vinotinto y cada dos metros se alzaban hermosas farolas de pared.

En ambos extremos del local estaban ubicadas mesas rectangulares de color beige con muebles tapizados en cuero color granate. Más adelante, se encontraba lo que asumió que era la zona VIP. Un mueble enorme en forma de herradura con una amplia vista hacia el escenario que se encontraba al fondo, a escasos metros.

Sobre el escenario estaban varias personas, yendo de un lado a otro con micrófonos, cables y luces enormes. Caminó hasta el escenario buscando con la mirada a alguien que la pudiera ayudar.

—¡Hey! —un chico se acercó a ella sonriéndole— Tú debes ser la chica que llamó ayer.

—Hola, sí, soy yo —respondió enérgica.

Agradeció en silencio que el muchacho se viera tan bien de salud, al menos era poco probable que cayera al suelo por un infarto.

Lo siguió hasta una puerta de madera oscura que se escondía detrás del escenario, al lado de lo que parecía ser la entrada a la cocina.

—Espera ahí adentro, Madame Sofía vendrá ahora —el chico se dio la vuelta, le abrió la puerta y esperó a que entrara al salón.

El salón era otro espacio increíble. Tenía los mismos colores del cabaré. Terciopelos negros y rojizos, alfombras, sillones de cuero. El espacio se dividía en dos áreas, del lado izquierdo estaba una pequeña sala con varios sillones y una mesita en el centro y justo al frente estaba un escritorio antiguo. En él descansaban varias cajetillas de tabaco, copas de vino vacías y papeles manchados.

Lucía se sentó en uno de los mullidos sillones y se hundió en él, a la espera de Madame Sofía. Ignoraba la sensación de estar totalmente fuera de lugar, sus pensamientos se centraban solo en una meta: conseguir el empleo.



CAPÍTULO 3

Madame Sofía era de esas mujeres que, ni por casualidad, te las podías encontrar en la calle. Era muy elegante y, apenas cruzó la puerta del salón, el lugar se inundó de un aroma dulce.

Lucía se puso de pie de inmediato.

La mujer se quitó el abrigo que traía puesto y lo colgó de un perchero que Lucía no había notado antes. Llevaba un vestido ajustado de color blanco debajo y tacones de punta fina de color rojo.

—Tú debes ser Lucía —la saludó con una sonrisa y se sentó detrás del escritorio.

La chica también se sentó y se sintió minúscula en aquellos enormes sillones.

—Me han dicho que vienes por el empleo de mesera —dijo poniendo sus codos sobre el escritorio y mirándola fijamente.

—Sí —afirmó aclarándose la garganta.

—¿Has pensado en armar un show individual?

—¿Un show? —preguntó confundida.

—De baile, tienes buen cuerpo, podrías atraer más clientes al bar —dijo con una sonrisa.

Lucía se sonrojó al instante.

—¡Sofía! —un regaño coqueto se escuchó desde la puerta. Y ambas giraron de inmediato— ¿Intentando reclutar a otra joven para satisfacer a tus viejos millonarios?

Madame Sofía carcajeó y se levantó a recibir a la mujer que entraba al lugar.

—Mi queridísima Valérie —dijo y se abrazaron con elegancia.

Valérie era una mujer alta, traía pantalones de vestir, una blusa blanca de mangas largas cuyos dos botones principales dejaban ver su piel. Tenía el cabello oscuro recogido en un moño alto. Lucía estaba boquiabierta en su sillón, la imponente energía que se desbordó en ese instante la paralizó, era la mujer más hermosa que había visto en su vida.

—Tuve que venir a verte ya que no asistes a mis reuniones —reclamó Valérie tomando las manos de su amiga y notando el pequeño cuerpo de Lucía hundido en el sillón.

—Iré a la próxima, te lo prometo —dijo Sofía dándose cuenta que Valérie tenía la vista fija en la chica—. Ella es Lucía, estoy entrevistándola.

—Un gusto —dijo sin dejar de mirarla.

—Igualmente —dijo Lucía ofreciéndole una sonrisa.

—Por cierto, afuera hay alguien con una entrega para ti —volvió su vista a Sofía.

—Debe ser el licor francés —gesticuló emocionada—, discúlpenme un momento.

Sofía salió apresurada y Valérie se acercó al escritorio, sentándose frente a Lucía.

—¿Qué haces en un lugar como este? —preguntó clavando sus ojos cafés en ella.

—Y-yo —Lucía titubeó, sentía que la mirada de la mujer frente a ella la atravesaba y la anclaba al sillón—, estoy buscando empleo.

—¿Por qué aquí? —preguntó de inmediato.

—Pagan buen dinero —dijo sin pensar.

—¿A qué puesto te estás postulando?

Lucía intentaba mantenerle la mirada pero sus ojos iban hacia sus pies sin poder evitarlo.

—Mesera —dijo volviendo a mirarla a los ojos.

—¿Sabes que en algún momento tendrás que hacer algún trabajo sucio por ese buen dinero?

Lucía tensó la mandíbula y sus ojos amenazaron con llenarse de lágrimas, fue entonces cuando Valérie relajó su expresión de intriga.

—¿Para qué necesitas el dinero con tanta urgencia? —su voz se tornó más suave.

—Para pagar mi universidad —confesó—, es mi último año, debí graduarme hace dos años atrás, pero, en fin, quiero retomarlo y terminar.

—Ya veo —dijo buscando algo en el bolsillo de su pantalón—. A Sofía no le gustará lo que voy a hacer —agregó tendiéndole una tarjeta—, estoy buscando a alguien que trabaje para mí.

Lucía tomó la tarjeta y leyó el nombre.

—¿Eres Valérie Géroux? —preguntó estupefacta— Eres la dueña de la cadena de hoteles Géroux, inversionista y ganadora del premio a Persona más influyente en los últimos cuatro años.

Valérie rió apenada.

—Supongo que sí —dijo bajando la mirada.

—¿Y quieres que trabaje para ti? —preguntó sintiendo su corazón salirse por su garganta.

—Sí, mañana estaré en mi oficina, la dirección está ahí —dijo señalando la tarjeta que acababa de darle—, te explicaré todo allá.

Madame Sofía entró agitada por la puerta.

—Siento mucho la tardanza —dijo.

—Yo siento mucho decirte que Lucía tiene una entrevista conmigo.

Sofía puso los ojos en blanco y bufó.

—Eres un peligro hasta en mi territorio —rió—, lo que sea que te haya ofrecido —dijo dirigiéndose a Lucía—, acéptalo, eres una joven hermosa, este lugar va a corromperte hasta el más diminuto átomo de tu cuerpo.

—Eres una joven hermosa —afirmó Valérie—, nos vemos mañana —le guiñó un ojo y salió del salón.

Su primera reacción la hizo llevar su mano hasta su teléfono y marcarle a Inés, pero la sonrisa se desvaneció de su rostro al recordar lo que había pasado horas antes. Exhaló el aire que llevaba contenido y se puso de pie. Al hacerlo, notó sus piernas temblorosas y sonrió con nerviosismo mirando a su alrededor, pero Madame Sofía le había dado la espalda mientras hablaba por teléfono.

Su mente seguía dispersa, era como si sus pensamientos fuesen motas de polvo sobre una mesa y alguien, léase Valérie Géroux, había soplado fuerte y ahora todo el polvo se había hecho una nube.

En el trayecto a su casa empezó a notar cosas que no había visto antes, su mirada se dirigía como un imán a todos los edificios y vallas publicitarias donde se leía el nombre Géroux. Era como si su cerebro hubiese desbloqueado un nuevo nivel de atención. La emoción no cabía en su cuerpo al entender que, probablemente, mañana a esa misma hora, podía estar trabajando oficialmente para la empresa más grande del país.

Al pisar la entrada de su casa el cansancio cayó en ella como un balde de agua fría. No se había dado cuenta de lo tensados que habían estado todos sus músculos hasta que se sintió en la seguridad de su hogar. Caminó por el pasillo y miró su rostro en el espejo, como lo hacía siempre. Sonrió para sí misma, estaba segura de que su vida iba a cambiar.

Su mamá se encontraba en el patio con varios niños, a lo lejos la escuchaba recitar el abecedario en divertidos versos. Se asomó para saludarla y recibir un abrazo caluroso.

—¿Cómo te fue?

—Ha valido la pena, te contaré todo con detalles si todo sale bien, lo prometo.

Le dio un beso en la mejilla y se dirigió a su habitación completamente exhausta. Se dejó caer sobre la suavidad de su cama y se quedó dormida de inmediato.

Siguiente





Comentarios

Entradas populares